Una sorprendente y absorbente montaña rusa que emociona, incomoda, inquieta
y hace reír y reflexionar a partes iguales.
En un lujoso hotel de Hawái, varios huéspedes adinerados residen en él
durante una semana mientras se relajan y rejuvenecen en el paraíso. Pero cada día que pasa, surge una complejidad más oscura en la vida de estos viajeros perfectos, los risueños empleados del
hotel y este lugar idílico.
Un misterio en forma de muerte. Extraña manera de empezar esta nueva miniserie
que llega a HBO el lunes y que
promete no dejar a nadie indiferente. La decisión resulta singular
porque es muy fácil olvidarse de este especie de ‘MacGuffin’ a lo largo de los
episodios, ya que la ficción no se centra en ello, sino en todo lo que
acontece hasta llegar a este fatídico suceso. Pero incluso en este punto, uno
se percata de que este tema es el menos importante. De hecho, sin el
susodicho fallecimiento, esta historia de ricos blancos disfrutando de sus
privilegios mientras son ellos mismos y de trabajadores sumidos en crisis
existenciales funcionaría exactamente igual. Creada y dirigida por
Mike White (Iluminada), la serie es una sátira sobre las clases y el
funcionamiento del sueño americano que
cuenta con todo el potencial para ser tan magistral como divisiva.
Al principio, ninguno puede imaginarse que se avecina una semana
bastante movidita en la que cada uno de ellos evolucionará o involucionará con el paso de los días. De esta forma, los huéspedes llegan al hotel y son bienvenidos por un
comité dirigido por el meticuloso manager Armond (Murray
Bartlett), el cual invita al resto del equipo a ser
lo más genéricos posibles y desaparecer tras una máscara de amabilidad,
algo que a él se le da especialmente bien… hasta cierto punto. No se lo
pondrá nada fácil Shane (Jake Lacy), un niño grande mimado que siempre
ha controlado todo y a todos y esta vez no iba a ser menos. Si no que se lo
digan también a Rachel (Alexandra Daddario), que acaba de casarse con
él y tiene que aguantar cómo
este prefiere su orgullo de privilegiado a disfrutar de la luna de miel o
apoyarla en su trabajo.
Junto a ellos, también encontramos a la acomodada familia Mossbacher liderada
por la implacable empresaria Nicole (Connie Britton) y completada por
su inseguro marido Mark (Steve Zahn), su hijo ludópata Quinn
(Fred Hechinger), su desagradable e hipócrita hija Olivia (Sydney
Sweeney) y la mejor amiga de esta, Paula (Brittany O’Grady), la cual no
es más que su mismo reflejo pero con muchas drogas en el bolso. Tanto Olivia
como Paula son
dos de los personajes adolescentes más punzantes que se han escrito en los
últimos años, e identificarse con cualquiera de ellas
resulta una tarea casi imposible. Por otro
lado, Belinda (Nastasha Rothwell), gerente del spa, también
obtiene su propia subtrama en la que comparte muchas escenas con
la Tanya de una inspiradísima y maravillosa Jennifer Coolidge. Esta es quizá una de las partes que mejor define la serie, por su
desarrollo, su significado y por cómo consigue que la empatía salte de una a otra sin piedad cuando su desenlace se acerca.
Con ‘The White Lotus’, White ha logrado crear una montaña rusa que
emociona, incomoda, inquieta y hace reír y reflexionar a partes iguales. Una miniserie extraña e inesperadamente absorbente en la que
todo se va desarrollando con una fluidez milimétrica hasta cuando
se atreve a cambiar de tono entre episodio y episodio. En la ficción, nos
encontramos con momentos inesperados que invitan al shock, así como con
situaciones pintorescas de todo tipo llenas de
humor negro, unas buenas dosis de maldad y comportamientos por lo general
erráticos ejecutados por un reparto que se encuentra a un nivel excepcional.
Claro, el conjunto está pensado con el objetivo de
dividir de forma constante al espectador para que este siempre
tenga dudas acerca de cuál de los personajes debe defender.
Incluso es muy probable que, para nuestra sorpresa,
lleguemos a identificarnos con el que menos esperamos. Al fin y al
cabo,
¿son todos malos o es que tan solo no pueden escapar de sí mismos?
Esta pregunta emerge sobre todo en
los destacados momentos del desayuno y la cena, cuando los personajes
empiezan a abrir sus bocas y
las opiniones de unos y otros salen a la luz. Conversaciones que
fluctúan entre temas como
el racismo, el colonialismo, la homosexualidad o la familia y que
nos muestran la verdadera cara de muchos de los huéspedes, algo que
duele especialmente cuando en la escena anterior
un rayo de empatía empezaba a asomar en el hotel. Además, es curioso
que esta sátira también se sienta como una carta de amor a Hawái,
porque puedes escucharlo gracias a una maravillosa y pegajosa banda sonora de
Cristobal Tapia de Veer (Hunters), pero incluso respirarlo y sentirlo,
conscientes de que
como humanos tenemos la capacidad de convertir cualquier paraíso en un
infierno. Y este edén elaborado por White y HBO puede ser desagradable y extenuante,
pero para este servidor
ha sido una experiencia gratificante y sorprendente.
Puntuación: 8,5/10
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