Sinopsis
‘El club de la medianoche’ tiene lugar en un hogar de cuidados paliativos para jóvenes enfermos terminales. En él, ocho pacientes que se reúnen cada medianoche para contarse historias hacen un pacto: el siguiente que muera les enviará a los demás una señal desde el más allá.
Crítica de El club de la medianoche
Hoy llega a Netflix una de las producciones más esperadas de esta «spooky season». Ambientada en los noventa e inspirada en las novelas juveniles de Christopher Pike, la serie creada por Mike Flanagan (Misa de medianoche) y Leah Fong (Érase una vez) parece intentar explotar y redefinir tanto géneros como formatos a través de las historias que cuentan nuestros aquejados protagonistas. Es un poco como mezclar ‘Pulseras rojas’ con el terror sobrenatural moderno y la creciente moda de lo antológico. Como si ser consciente de que vas a morir pronto ya no fuese un componente lo suficientemente terrorífico por sí solo.
Pike parecía preguntarse en sus libros: ¿Quiénes son esos jóvenes de ‘Are You Afraid of the Dark?’? ¿Qué los lleva a reunirse por las noches para contar historias de terror? Por supuesto, la serie no está relacionada con la mítica ficción de Nickelodeon -curiosamente titulada en España ‘El club de medianoche’-, pero recuerda mucho a esta en los momentos en los que nuestros protagonistas se reúnen para hacer lo mismo. De hecho, esto se mezcla con una trama principal estirada a conciencia, quizá de una forma algo tramposa, y todo marcado por los matices nostálgicos propios de la misma década.
Este hospicio para jóvenes enfermos terminales es lo más parecido a un campo de batalla, porque nuestros protagonistas son como soldados en primera línea que luchan a muerte contra sus enfermedades. Sin embargo, del mismo modo son personas que forman un fuerte vínculo entre ellos pese a saber que van a morir muy pronto. Es por ello que en Brightcliffe, la esperanza es un lujo que se aprovecha hasta el extremismo, incluso cuando sabes que lo que estás haciendo probablemente no vaya a servir de nada. Es una visión realmente dolorosa y terrorífica para cualquier espectador que sienta un mínimo de empatía.
Estos cuentos de terror en todas sus formas funcionan como vía de escape para dejar de pensar en su destino ya escrito, así como para luchar contra esas dolencias emocionales que a veces duelen y pesan más que las físicas. Y aunque sean inventadas, en realidad muchas de ellas se basan en sus propias experiencias, deseos, traumas o ilusiones y están protagonizadas por ellos mismos -con algún que otro cameo de intérpretes que trabajaron para Flanagan en anteriores ocasiones-. Esto a su vez funciona como una especie de antología dentro de la propia serie, con todo lo que ello conlleva. Es un formato fresco y sin duda muy arriesgado en el aspecto narrativo, porque corta de raíz el desarrollo de la supuesta trama principal para contar unas historias que no tienen el mismo nivel.
Cada historia escoge lo que podría parecer una vida adolescente cliché y la retuerce hasta convertirla en una especie de perturbador, exagerado y catártico corto de terror o ciencia ficción. Además, también nos sirven a nosotros como espectadores para desconectar un rato de la dureza que supone todo lo demás. No obstante, resulta curioso que la susodicha trama principal llena de cultos y mitología griega se sienta tan poco importante y relevante en comparación con el resto. Quizá esa sea la idea, que vengamos para disfrutar del terror y el fantástico y nos quedemos porque realmente lo que queremos es estar con los personajes.
Y es que, normalmente vemos a los adolescentes enfrentándose al inicio de la mejor etapa de sus vidas de una forma más superflua, mientras que en esta serie los contemplamos lidiando con el profundo y oscuro vacío que supone el comienzo de su muerte. Por ello, aquí cualquier reacción, decisión o inquietud propia de su generación toma un significado completamente distinto. Tan diferente que temas como la carga que suponen las expectativas en los jóvenes y cómo malgastan sus mejores años intentando cumplirlas, el deseo de amar, el poder de la amistad o las metas perdidas se convierten en estas historias cada cual más rebuscada.
Sin duda, aquí se nota la mano de Flanagan desde la fotografía hasta el guion. No es que tenga la brillantez audiovisual de ‘La maldición de Hill House’ ni la complejidad filosófica de ‘Misa de medianoche’, pero al menos el cineasta se asegura de que esta no sea una simple serie de terror con adolescentes y para adolescentes. Es una ficción que intenta interiorizar en sus protagonistas lanzando cuestiones en las que cualquiera podemos vernos reflejados y sin embargo no siempre sabemos responder. Y sí, con sus largos diálogos marca de la casa incluidos.
Ayuda sobre todo que los personajes y las interpretaciones del reparto, desde la espectacular Anya de Ruth Codd hasta una rescatada aunque algo discreta Heather Langenkamp, tengan el potencial para calar en cualquier tipo de público, en especial en aquellos a los que no les importe enfrentarse a sus propios pensamientos e inquietudes a medida que avanzan en el visionado. Es un alivio que dedique la mayoría de sus esfuerzos a desarrollar a sus protagonistas y no caer en el terror fácil, pero esa es una habilidad que Flanagan ha demostrado que domina como pocos.
También da la sensación de que se abusa un poco más de los «jump scares» y los sonidos altos y estridentes que en sus anteriores series. Pero, al final, todos los elementos y recursos visuales relacionados con el terror moderno que vemos en la serie se sienten bastante desconectados, ya que los personajes y sus conflictos dramáticos copan incluso un sorprendente clímax que no cae en el cliché esperado. No todo es bueno claro, la ficción tiene sus problemas, como el hecho de que estira demasiado su avance y que su narrativa es en general demasiado caótica y anárquica sin mucho sentido, como si existiese cierto compromiso de producción de por medio.
Con todo, ‘El club de la medianoche’ es una serie dura, inquietante y perturbadora, pero a su vez es emocionante y reconfortante en su visión esperanzadora de la muerte. Es capaz de poner los pelos de punta en muchos aspectos más allá del terror y, aunque su ritmo se resiente en algunos tramos y el desenlace lo deja todo abierto de una forma bastante frustrante, es una propuesta que sin duda convence e invitará al debate -en especial anti-homeópata-. Además, la ficción cuenta con un enorme potencial para convertirse en la nueva obsesión made in Netflix. Ya veremos si es suficiente.
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