Sinopsis
‘Dopesick: Historia de una adicción’ cuenta cómo una compañía farmacéutica desencadenó la peor epidemia de drogas en la historia de Estados Unidos. De esta forma, la miniserie transporta a los espectadores al epicentro de la lucha contra la adicción a los opioides en Estados Unidos, desde las salas de juntas de las grandes compañías farmacéuticas a una castigada comunidad minera de Virginia, pasando por los despachos de la DEA. A pesar de todos los obstáculos, los héroes emergerán para emprender un viaje con el fin de derrotar a las fuerzas corporativas responsables de esta crisis nacional y sus aliados.
Crítica de Dopesick: Historia de una adicción
En este viernes tan especial para Disney+, por fin llega a nuestro país esta miniserie inspirada en la novela superventas de Beth May. Creada por Danny Strong (Empire), esta es una desgarradora crónica sobre una tragedia que sigue causando estragos hoy en día. Desde la Casa Blanca hasta los comerciales más novatos, todos estaban metidos en el ajo de la distribución de opioides de una u otra forma.
En este caso, nos situamos en la raíz del problema: la oxicodina, o más en concreto, en la empresa Purdue Pharma y su droga contra el dolor supuestamente no adictiva llamada OxyContin. El gigante farmacéutico comerció su producto a base de mentiras, inventos, sobornos, amenazas y presiones, todo bajo la excusa filántropa de estar ayudando a la humanidad a curar su agonía.
Richard Sackler (Michael Stuhlbarg), o el diablo en persona si de mí dependiera, fue el cabecilla de este genocidio encubierto. En su desesperación por mantener la empresa a flote, este presunto genio con complejo de inferioridad inventó modos de presionar a los médicos para que recetasen su producto, además de sacarse de la manga nuevas condiciones psicológicas y físicas para doblar o individualizar las dosis sin control.
Por supuesto, nada de esto hubiera sido posible sin supertiburones comerciales como los ficticios Amber (Phillipa Soo) o Billy Cutler (Will Poulter), un vendedor ambicioso y adulador que se camela a base de pollo frito y palabras bonitas al también inventado Dr. Samuel Finnix (Michael Keaton). Personas creadas específicamente para la serie, pero que podrían representar a cualquiera de los implicados reales.
Intentando destapar todo este disparate, al otro lado de la moneda se encuentran Rick Mountcastle (Peter Sarsgaard) y Randy Ramseyer (John Hoogenakker), abogados asistentes del estado que no dan crédito a los horrores que descubren cada vez que remueven algún charco maloliente. Lo mismo ocurre con Bridget Meyer (Rosario Dawson), una agente de la DEA que ya había intentado meter mano a los responsables y parece haber salido un poco mal parada.
Sin embargo, la parte más desgarradora de esta historia es la protagonizada por Betsy Mallum (Kaytlin Dever), que en la serie es la cara que representa a todas las víctimas de esta crisis. Al igual que el personaje de Keaton, ella es una habitante de un pequeño pueblo minero. Un lugar que, por todos los matices que rodean a este peligroso empleo, es ideal para que la droga se expanda como la más mortal de las pestes tanto en adultos como en adolescentes.
‘Dopesick: Historia de una adicción’ es una dramatización desgarradora e incómoda que se toma su tiempo para desarrollar sus tramas. Después de tres episodios, da la sensación de ser un rompecabezas de hechos e individuos que, aunque con potencial para frustrar al impaciente, va adquiriendo sentido a medida que avanzan los minutos.
Así, sin caer en un retrato documental demasiado frío, la serie profundiza en cada evento y en todos sus personajes sin limitarse a escarbar en la superficie del problema. En este apartado, resulta interesante cómo la ficción a veces alterna de forma paralela entre conversaciones o eventos que guardan algo en común, pero que sin embargo transcurren en diferentes épocas y lugares. Esto a su vez es un arma de doble filo, porque estos numerosos saltos temporales dentro de un espacio tan corto densifican la propuesta más de lo necesario.
No obstante, esto no emborrona el hecho de encontrarnos ante una miniserie notable, de esas cuyo visionado no resulta sencillo porque estremece y golpea prácticamente con cada secuencia. Además, se encuentra elevada por las grandes interpretaciones de un reparto de muchas garantías. Es más, la ficción es tan reflexiva y ambiciosa que no duda en exponer a cualquier organismo público o privado que se le ponga por delante, dejando bien claro que todo incentivo, ya sea económico o material, es suficiente para hacer la vista gorda ante el resto.
Es un retrato de la avaricia del ser humano en todo su oscuro esplendor, ese desorientador deseo que en este mundo no puede traducirse sino en maldad y horror. Y como al personaje de Saarsgard, también nos hierve la sangre y nuestros ojos se humedecen al ser testigos de tanto dolor premeditado.
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