Sinopsis
Situada en septiembre de 2003, ‘Todas las veces que nos enamoramos’ nos cuenta cómo Irene llega a Madrid con ganas de comerse el mundo y de convertirse en directora de cine. Allí conocerá a sus mejores amigos y también a Julio, que sería el protagonista perfecto para sus películas y también para su vida. Pero la vida siempre tiene otros planes.
Crítica de Todas las veces que nos enamoramos
«Sí, esta es una de esas historias donde ya sabes lo que va a pasar, o casi, y querrás verla igual». Una de las frases con la que empieza la nueva serie de Carlos Montero (Feria: La luz más oscura) para Netflix parece una declaración de intenciones. No obstante, tal y como corrige inmediatamente su protagonista, en esta historia universitaria de amor e iniciación quizá no tengamos demasiada idea de cómo va a evolucionar la cosa. Además, si no fuera por el descaro español y el exceso de escenas sexuales innecesarias e irrelevantes, se podría decir que la ficción tiene cierto alma de comedia romántica coreana.
Y es que aquí tenemos a una pareja de modelos protagonista que no siempre obtiene la relación que quieren, amigos carismáticos e implicados que físicamente son todo lo contrario a ellos, padres insólitos, un guion que mezcla drama y comedia entre clichés bien elegidos y situaciones de todo tipo, y una trama que gira alrededor de un tema muy concreto: el cine. Para redondear esa sensación, hay un giro que le da un vuelco a todas nuestras posibles expectativas, al menos al principio. A partir de entonces es verdad que la serie se desarrolla de una forma algo más convencional, pero no deja de ofrecernos alguna que otra rareza por el camino.

Aunque su narrativa fluctúa por varios tiempos situados entre 2003 y 2022, lo más interesante ocurre durante sus primeros años. Es aquí donde vemos toda esa efervescencia de libertad, hormonas y sueños que se produce a lo largo de la vida universitaria. Y más atrayente resulta que sus protagonistas se encuentren cursando cine. Es un recurso que siempre da mucho juego porque, entre las muchas relaciones, triángulos amorosos, decisiones para llevarse la palma a la frente y los conflictos esperados que pueblan la serie, también podemos disfrutar de un viaje a los entresijos -y las injusticias- del mundillo desde cero.
Estos temas van desde la doble exigencia y el menosprecio a las mujeres tras las cámaras hasta la superficialidad, la manipulación y el acoso a la que también se tienen que enfrentar los actores masculinos delante de las cámaras. A su vez muestra la cruda realidad de la industria del cortometraje, así como el hecho de que, por tener talento y estar sobrado de ganas, en este mundillo no significa que vayas a triunfar ni mucho menos. Y todo esto se aplica tanto a nuestro país como a cualquier otro. No es un mensaje alentador, pero ahí está, como una brisa que de vez en cuando disipa la niebla provocada por los clichés de la comedia romántica.
Tampoco es que sea una exploración profunda, ambiciosa y psicológica del mismo, todo lo contrario. Este no es el lugar para ello ni Montero lo pretende. Lo que sí se puede apreciar son elementos que nos dicen que estamos ante una historia un tanto personal. No sería descabellado pensar que varios de los eventos que ocurren aquí están basadas en las propias experiencias del creador, incluso algún que otro personaje parece estar basado en algunas personas cercanas a él. Es un hecho que le da algo de profundidad a una serie que solo busca entretenernos y que nos volvamos a enamorar durante este San Valentín.
En la serie nos encontraremos con unos protagonistas con los que no siempre empatizaremos, porque son todo lo imperfectos que uno puede esperar de un puñado de universitarios. Pero afortunadamente esto no es ‘Élite’, ni mucho menos. Los conflictos que aquí vemos sí que son reales e identificables, tonterías las justas y necesarias. Es por ello que, con toda probabilidad, estos sean los personajes más agradables y cercanos que ha escrito nunca Montero. Ya cada cual preferirá a uno u a otro, pero el espectador millennial tendrá mucho más en común con estos que con los de Las Encinas.

La Irene de Georgina Amorós y el Julio de Franco Masini son dos jóvenes muy enamorados cuyo amor se ve constantemente interrumpido por la ambición, los miedos y los obstáculos propios de la vida. Como buena aspirante a directora, ella es una persona ensimismada que quiere triunfar mientras que él, que no tiene ninguna meta en el cine, se convierte en un actor de éxito solo por ser guapo. Esto provoca un inevitable conflicto de frustración y celos que sobre todo se explota en el tiempo más presente, en el que la serie acaba perdiéndose, exagerando y dando demasiadas vueltas una y otra vez sobre lo mismo.
Si bien los protagonistas pueden llegar a atragantarnos con sus idas y venidas, la verdad es que los secundarios más cercanos a estos resultan uno de los mejores elementos de la serie. Su presencia es todo lo contrario a lo visto en ‘Smile’, donde funcionaban más como relleno que como un añadido realmente orgánico. Aquí todos ellos aportan a la trama principal mientras son capaces de sobrellevar sus propias historias. Y aunque Amorós y Masini defienden con eficacia sus papeles protagónicos pese a su dudosa química, son otros como unos maravillosos Carlos González y Blanca Martínez los que destacan por encima del resto.
Partiendo desde el hecho de que toda historia con el cine como columna vertebral siempre es bienvenida, lo más destacado que puede ofrecernos ‘Todas las veces que nos enamoramos’ es precisamente eso. Es una carta de amor al cine y a la iniciación maquillada de comedia romántica de fórmula Netflix que funciona mejor cuando sus personajes se enfrentan a las cámaras. No por eso deja de ser una propuesta entretenida y simpática que ofrece todo lo que se puede esperar de una serie creada para San Valentín, pero es verdad que el corazón del guion late mucho más entre bastidores que entre amores y sábanas.
Al ser una historia 100% millennial, la serie también tiene un componente nostálgico lleno de Nokias 30+, DVDs y Messengers, pero no se regodea en ello para conectar con el espectador porque quiere llegar a la mayor audiencia posible. Otra cosa es que lo consiga, pues cuenta con ingredientes tanto para acertar como para todo lo contrario. Al menos, quizá haga que la generación de ‘Élite’ se interese un poco más por los entresijos del cine. Y sí, claro que al final el conjunto es una sarta de clichés maquillada con un interesante tema de fondo. Sin embargo funciona y no pasa nada ni por admitirlo ni por disfrutarla.
‘Todas las veces que nos enamoramos’ se estrena el 14 de febrero en Netflix.
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