Sinopsis
‘Tiempo de victoria: La dinastía de Los Lakers’ narra la vida profesional y personal de los integrantes de Los Angeles Lakers durante la década de 1980, una de las dinastías más veneradas y dominantes del deporte, un equipo que definió una era, tanto dentro como fuera de la cancha.
Crítica de Tiempo de victoria: La dinastía de Los Lakers
Los fans del basket y de Los Angeles Lakers en especial están de enhorabuena, porque en apenas unos días, HBO Max estrenará esta esperada serie sobre la era del ‘Showtime’ angelino. Creada por Max Borenstein (The Terror) y Jim Hecht, la ficción nos regala un elegante viaje por una gran historia que nos introduce en las entrañas del baloncesto estadounidense como sentimiento y negocio.
En el pico más alto de la revolución sexual de finales de los 70, con una liga desangrándose lentamente y unos Lakers que no pasaban por su mejor momento, el químico y empresario Jerry Buss (John C. Reilly) compró el equipo y no solo lo devolvió a la grandeza, sino que lo convirtió desde dentro en un auténtico reflejo de la época. Pero esta no es la típica producción hollywoodiense de deportes, pues además cuenta con ciertos aspectos que la convierten en una propuesta de la que resulta difícil apartar la mirada.

Como ya hizo en ‘Succession’, el cineasta Adam McKay realiza una dirección marca de la casa en el episodio piloto que se extiende durante el resto de la serie. Sin embargo, en esta ocasión ‘embellece’ su estilo con una fotografía camaleónica que emula la imagen de las distintas cámaras y formatos de video de aquellos tiempos.
Además, el montaje es algo caótico, fluctuando de forma aleatoria pero consciente entre planos de diferente formato, imágenes de archivo, flashbacks y flashforwards. Incluso exterioriza algunos pensamientos de los personajes mediante imágenes rápidas que se intercalan con la narrativa presente. Todo esto logra crear una ambientación que nos traslada a la época como pocas veces se ha podido ver en televisión.
Desde luego es un movimiento arriesgado que se antoja del todo fascinante. Sin embargo, es verdad que este caos que se traduce en bruscos y constantes cambios en las imágenes puede llegar a distraer bastante a la hora de centrarse en la historia, y también puede echar para atrás a una parte de los espectadores tanto como maravillar a la otra.
Es más, a veces resulta complicado distinguir si estamos ante una ficción o si nos encontramos presenciando un documental nostálgico y muy estilizado de la época, sobre todo porque el guion en ocasiones adolece de una falta de profundidad que no está a la altura de sus imágenes. Por no hablar de que la serie no está del todo pensada para aficionados casuales o jóvenes del baloncesto, los cuales se perderán un poco entre la enorme cantidad de referencias y eventos que ocurren. Eso sí, este aspecto no impide para nada su disfrute.

A su vez, la serie también experimenta a la hora de narrar la historia haciendo que sus protagonistas rompan la cuarta pared -un recurso que cada vez se utiliza más-, así como cambiando ligeramente su tono dependiendo de los eventos que retrata. Y es que aquí hay mucha tela que cortar.
Desde la llegada de Magic Johnson (Quincy Isaiah) a un vestuario que funciona como una imparable batalla campal de egos, su rivalidad con Larry Bird (Sean Patrick Small) o sus dificultades para conectar con Kareem Abdul-Jabbar (Solomon Hughes), pasando por los conflictos y dramas de sus personajes más importantes como pueden ser Jack McKinney (Tracy Letts), Jerry West (Jason Clarke), Paul Westhead (Jason Segel) o Pat Riley (Adrien Brody), y así hasta centrarse con todo detalle en las ‘desventuras’ de Buss y sus procesos de negociación.
Pero Buss no habría conseguido algunos de sus objetivos si no fuera por la participación de varias mujeres clave, y menos mal que la serie hace énfasis en este tema a través de las estupendas interpretaciones de Gaby Hoffmann, Hadley Robinson y Sally Field. Una pena que el resto del reparto femenino solo sirva al propósito de hacer de escudo de toda la ingente cuota de masculinidad frágil y tóxica que ronda alrededor del Forum.
De todas formas, aunque el guion a veces en vez de profundizar en lo importante se vaya un poco más por las ramas de lo necesario, tal abrumadora cantidad de talento se come la pantalla constantemente, consiguiendo así captar nuestra atención si por casualidad nos encontramos demasiado hipnotizados con sus imágenes. Incluso lo actores más noveles, quienes se encargan de interpretar al grueso de los jugadores, logran no desentonar en absoluto.

Tampoco glorifica en exceso ni romantiza a ninguno de los jugadores ni integrantes del equipo, todo lo contrario, porque la propuesta no tiene ningún reparo en mostrar todos y cada uno de los defectos de sus personajes. Son leyendas, sí, pero también fueron humanos ansiosos por lograr sus objetivos a toda costa, con todas las decisiones acertadas y erróneas que ello conlleva.
En cambio, la ficción retrata a los Lakers como si fuera una entidad divina, sagrada e intocable. Toda una carta de amor y devoción dedicada a la franquicia angelina que se encuentra llena de fanservice para los amantes del baloncesto y de Los Lakers en especial. Hasta el guion realiza una lectura totalmente subjetiva de los Boston Celtics y de todo lo que le rodea, algo que seguro resultará tronchante para los conocedores de esta mítica rivalidad.
Además, ‘Tiempo de victoria: La dinastía de Los Lakers’ se lo toma con mucha calma a la hora de contar su historia, porque es una producción espectacular y llena de detalles se mire por donde se mire. Eso sí, la mayoría de ellos superficiales, ya que cada personaje aquí presente daría para su propia serie sin problemas. Su primera mitad se desarrolla en su mayor parte fuera de la cancha.
De hecho, en su cuarto episodio ni siquiera ha empezado la temporada regular. A partir de ahí, el baloncesto entra en escena, pero lo hace de forma muy esporádica y algo aparatosa. Sin embargo, el conjunto conforma una propuesta realmente brillante y entretenida pese a la densidad de sus episodios. Sin duda, nos encontramos ante una auténtica fiesta del deporte y de todo lo que el mismo ha significado siempre para Estados Unidos y su gente.
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