Sinopsis
En ‘Smiley’, Álex (Carlos Cuevas) acaba de tener un desengaño amoroso. Se había hecho ilusiones con un chico que, al cabo de pocas semanas, le ha hecho un ghosting de manual. Y eso no le sienta bien. Coge el teléfono y se dispone a pedir explicaciones con un mensaje de voz que tendrá consecuencias de lo más inesperadas… porque se lo acaba mandando por error a Bruno (Miki Esparbé), a quién no conoce de nada. Ese inocente primer equívoco es el primero de una cadena de acontecimientos que cambiará la vida de Álex y Bruno para siempre.
Crítica de Smiley
Mañana llega a Netflix la esperada serie basada en la exitosa obra de teatro de Guillem Clua. La ficción es un cierto soplo de aire fresco en lo que a las series LGBTIQ+ españolas se refiere, sobre todo porque ofrece una imagen más realista de la comunidad gay. Sin embargo es una pena que, pese a contar con buenas ideas, la producción peque de querer ser eso mismo: una serie. Además, su origen teatral hace que su puesta en escena a veces parezca una extraña mezcla entre la comedia de situación y el drama con ese toque visual Netflix tan característico.
Envuelta en la leyenda japonesa del hilo invisible y el tono de las comedias románticas de toda la vida -pero con un giro-, el centro de la serie es la relación entre Bruno y Álex, nuestros protagonistas. Sin embargo, la historia no siempre se desarrolla como uno podría esperarse, ya que el romance que se presupone principal en realidad no existe durante gran parte de los episodios. Entre nuevos personajes secundarios, subtramas y situaciones algo forzadas, el guion hace a los dos tortolitos dar más vueltas que una peonza borracha para evitar que estén juntos, lo que provoca que la ficción sea un placer culpable un tanto frustrante.

Álex es el estereotipo de chico gay de gimnasio. También es sencillo, seguro y se pasa el día solando despierto. En cambio, Bruno es muy inseguro, inteligente, amante del cine y es ese cliché andante que odia a los chicos de gimnasio porque… bueno, porque sí. Ninguno de los dos tiene nada en común y en cada conversación chocan constantemente. Eso sí, lo único que comparten son sus ingentes cantidades de orgullo. Eso y lo de que la decepción es solo un escalón más hacia la felicidad. Y de decepciones andan sobrados.
Ninguno de los dos es gay, y puede que este tema llegue a causar alguna polémica, pero la verdad es que Carlos Cuevas y Miki Esparbé están maravillosos como Álex y Bruno, respectivamente. Ambos abrazan a sus personajes con el corazón y se lanzan a por todo con valentía para ponerse a merced de sus directores. Sin embargo, un Pepón Nieto como nunca antes lo habíamos visto se lleva todos los halagos. Su entrañable y dicharachero personaje funciona como un placentero nexo alrededor del que todos acaban girando de una u otra forma, aunque a veces estas conexiones resultan un tanto inverosímiles.
Aquí hay una muy buena serie en cuando se centra en la pareja principal, no abusa de ciertos recursos narrativos telenovelescos o no se pierde entre chistes fáciles que no terminan de funcionar con el resto de su humor. En estos momentos es una ficción muy tierna, cálida y divertida. Pero, si hablamos con propiedad, en realidad aquí hay un muy buen largometraje de comedia romántica, porque su mayor problema es el caos que resultan las subtramas de los personajes secundarios a lo largo de los episodios, ya que pocas veces aportan y en otras simplemente acaban entorpeciendo el desarrollo de la historia.

Es más, tras realizar una estupenda presentación de los dos protagonistas, la ficción propone conflictos demasiado rápido entre los personajes secundarios antes de desarrollarlos más que sea un poco. No solo eso, ya que la mayoría del tiempo se sienten muy desconectados del romance principal, que es a lo que venimos y lo que nos han vendido, al fin y al cabo. Lo bueno es que aprovecha estos momentos para trazar paralelismos visuales y narrativos que tratan los mismos temas desde diferentes perspectivas. Es lo único que realmente podría llegar a justificar su existencia como serie.
‘Smiley’ brilla en su representación de la comunidad gay, de la que rompe estereotipos y muestra sin pudor tanto lo bueno como lo malo. Al contrario de esa imagen generalmente hedonista y libertina que se quiere dar desde ciertos sectores, aquí asistimos a algo diferente. Más auténtico. Es un mundo lleno de apoyo mutuo, sexo, personas que desean amar y ser amados y parejas que exploran de forma sana alternativas a las relaciones tradicionales. Pero, como cualquier grupo de individuos que forman la sociedad, también está repleto de exigencias sin sentido, superficialidad, frialdad y gente tóxica.
También acierta en su amena exploración de las relaciones modernas y de cómo estas afectan a las tradicionales y viceversa. Pero, sobre todo, la serie es una divertida carta de amor a la diversidad de orientaciones sexuales y al incomprensible caos que supone amar en cualquier relación -o al menos intentarlo-. Y por qué no, también es un agradecimiento a los buenos bares de ambiente. Tiene muchos defectos, claro, pero su efectividad, su jovial falta de filtro y el encanto de sus dos protagonistas son excusas suficientes para el que quiera adentrarse en ella.
‘Smiley’ se estrena el 7 de diciembre en Netflix.
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