Sinopsis
‘Euphoria’ cuenta la historia de Rue (Zendaya), de 17 años, y de sus compañeros de instituto quienes, en medio de las vidas entrelazadas en la ciudad de East Highland, deben encontrar la esperanza mientras equilibran las presiones del amor, la pérdida y la adicción.
Crítica de la segunda temporada de Euphoria
Después de las dificultades provocadas por la pandemia, y tras el estreno de dos sobresalientes episodios especiales, la sorprendente serie adolescente creada por Sam Levinson (Malcolm & Marie) vuelve a HBO Max con su esperadísima segunda temporada. Sumida en incontables polémicas desde su lanzamiento, la ficción no ha dejado indiferente a nadie en su visceral retrato de la adolescencia en tiempos modernos.
Un gráfico, impactante y trágico ejercicio de realismo extremo que disecciona todo aquello que, no nos vamos a engañar, los padres no quieren saber sobre sus hijos durante esta dura etapa de la vida. Además, Levinson también usa su creación a modo lienzo en crudo para representar la ansiedad como pocas veces antes se ha hecho en televisión. Y es con todo esto y más con lo que, tras el intenso y agotador -en el buen sentido- primer episodio de esta nueva entrega, el cineasta regresa para estrujarnos de nuevo el corazón y la mente.

Pese a que conocemos de sobra su importancia, en esta temporada Rue (Zendaya) solo es la protagonista verdadera cuando a Levinson le interesa hurgar en la llaga de su infinito bucle adictivo. Lo hace y mucho, claro, y por ello esta vez Rue es empujada más allá de sus propios límites de la forma más desgarradora y catártica hasta el momento. De resto, su historia aquí gira alrededor de un triángulo ‘amistoso’ formado por ella, Jules (Hunter Schafer) y el recién llegado Elliot (Dominic Fike), un nuevo compañero que las traerá de cabeza y que aporta cierta frescura a sus vidas.
Ambas encuentran en él una zona de confort que de algún modo las vuelve a unir tanto como antes, pero cuando una relación está formada por personas emocionalmente inestables, aunque sea de una forma muy distinta, es inevitable que empiecen a surgir nuevos conflictos. Por su parte, Cassie (Sydney Sweeney) gana en protagonismo e incluso llega a opacar a otros personajes por completo.
Tanto Zendaya como Sweeney mejoran las ya impresionantes interpretaciones que realizaron durante la entrega anterior, demostrando así que son los baluartes de un gran reparto que se muestra más atrevido y sincero que nunca. Además, parece que a Levinson le ha apasionado la interminable discusión alrededor del papel de villana/no villana de Jules, y es por ello que aquí se le ve perjudicada, o quizá no, por una serie de decisiones que podrían volver a alimentar este debate de una forma todavía más acalorada.
Por otro lado, hay personajes que han perdido trascendencia en estos episodios, como McKay (Algee Smith), desaparecido casi por completo o Kat (Barbie Ferreira), de la que apenas vemos cómo lidia con las alucinaciones provocadas por su inseguridad y con su relación con Ethan (Austin Abrams). Poco, muy poco. Sin duda, un extraño paso atrás en comparación con la primera temporada para tratarse de una representación tan importante.

Otros que se han visto un tanto minimizados en los nuevos episodios son Nate (Jacob Elordi) y Maddy (Alexa Demia). El primero, porque esa maldad incesante que mostró a lo largo de toda la temporada anterior se ha visto reducida. La segunda, debido a que su trama giraba precisamente alrededor de este tema y aquí eso ya no parece ser tan relevante.
A cambio, Levinson aporta más trasfondo y protagonismo a aquellos personajes que no lo tuvieron durante la primera entrega, como son el caso de Fezco (Angus Cloud), Cal (Eric Dane) o Lexi (Maude Apatow), la cual, en un teatral y maravilloso a la par que inquietante capítulo, da rienda suelta a todo lo que ha observado y sentido hasta ahora estando a la sombra de todos. Asimismo, existen contadas veces en las que unas reveladoras secuencias de apertura narradas por Zendaya dejan con ganas de más, llegando incluso a funcionar mejor que el resto del episodio.
La verdad es que resulta complicado describir todas las sensaciones que una serie como ‘Euphoria’ puede generar en el espectador, sobre todo si tenemos en cuenta la edad y otro sinfín de rasgos del mismo. Cada uno sentirá, disfrutará, empatizará y se indignará lo que le de la gana. Pero, a falta de poder visionar un octavo episodio que promete ser explosivo, es evidente que esta segunda temporada se erige como un sensacional, vistoso y crudo viaje que confirma a la creación de Levinson como una de las mejores ficciones de la televisión actual.
Por ejemplo, si hablamos de odiosas comparaciones dentro de un mismo subgénero, hoy en día lo más fácil sería afirmar que esta es la versión oscura y deprimente de ‘Sex Education’, pero eso sería una equiparación demasiado superficial y esta nueva entrega lo demuestra con creces. Y es que me atrevería a garantizar que aquí cada capítulo ofrece una experiencia completamente distinta.

Levinson y compañía continúan demostrando imaginación y talento a la hora de narrar la historia, exteriorizar los sentimientos de sus personajes y desarrollarlos con personalidad en momentos concretos. Incluso se han permitido añadir una pizca de alivio cómico al conjunto, algo que parecía imposible y que sin embargo consigue funcionar, pues añade una capa más de sensaciones que es de agradecer. Además, las críticas no han logrado que la serie rebaje sus niveles de erotismo, drogas y provocación, ni muchísimo menos.
Es más, las cantidades de desnudez en esta temporada alcanzan cotas escandalosamente hilarantes sobre todo durante su primera mitad. Sí, desde luego que esto invita a los más indignados a pensar que el guion de Levinson opta por el shock antes que por la sustancia, pero a medida que avanzan los episodios queda claro que no se puede estar más equivocado. Ya sabemos que lo de juzgar antes de empatizar es una práctica muy habitual. Una pena.
Al final, la serie atrapa de nuevo en su brutalmente honesta e íntima vorágine de relaciones tóxicas, drogas, sexo, adicciones, ansiedades y frustraciones. De esta forma, Levinson nos embarca en una odisea a través de los bajos fondos de la adolescencia y aprovecha para mostrarnos, mediante individuos como Cal, cómo la experiencia en esta puede llegar a marcarnos a nosotros y a nuestros seres queridos para siempre.
También, al igual que todo buen arte audiovisual que se precie, el cineasta construye un auténtico espectáculo que maravilla por sus formas visuales sin descuidar una banda sonora que se siente modélica, y a su vez desgarra a los que más se identifican con los personajes mientras levanta ampollas entre aquellos que se niegan a aceptar que todo lo que ocurre en esta ficción puede ser real y tangible. Y todo en ella impacta, duele, entretiene, resulta catártico y, por supuesto, vuelve a marcar un antes y un después en esto de las nuevas series de adolescentes.
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