Sinopsis
En ‘Las de la última fila’ Sara, Alma, Carol, Leo y Olga son amigas íntimas desde que iban juntas al colegio. Todos los años sin excepción organizan una escapada de una semana juntas. Este año es diferente, a una de ellas le han diagnosticado un cáncer y esto hará que este viaje sea decisivo para sus vidas. Antes de irse rumbo a la playa han hecho un pacto: no se hablará del cáncer y además, todas deberán cumplir un reto, un deseo, algo que no se han atrevido a explorar por miedo a las consecuencias. Cada una de ellas escribirá su deseo en un papel, secretamente lo meterá en una caja y todas deberán cumplirlo, sin excepción.
Crítica de Las de la última fila
Este viernes llega a Netflix la primera serie del siempre interesante Daniel Sánchez Arévalo (Diecisiete), guionista que se especializa en crear personajes reales que se graban en el recuerdo. En ella, un grupo de mujeres adultas de distinto estatus pero de amistad inquebrantable se dedica, no sin sentir unos cuantos remordimientos, a comportarse como adolescentes realizando actos de dudosa moralidad para conseguir un objetivo muy simple: sentirse más vivas que nunca y buscar luz en un momento en el que el cáncer acecha agazapado en las sombras.
Dicho así, parece que estemos ante una especie de ‘Spanish Pie 3: Menudo viaje’ melodramática, pero nada más lejos de la realidad. Sí, nuestras protagonistas abrazan el libertinaje total, tal y como vemos en las decenas y decenas de películas del mismo tipo protagonizadas por hombres. Sin embargo, estas en su mayoría tratan sobre conseguir el objetivo más superficial aderezado con un final feliz. Aquí, como en la vida real, a nivel personal algunas ganan, otras pierden y el resto simplemente no han encontrado lo que buscaban.

Es cierto que las situaciones planteadas por Sánchez Arévalo no van a sorprendernos especialmente, pero su hilarante y sensible ejecución, unida a un fantástico reparto, hacen de estas un divertido y catártico vaivén de emociones. De hecho empieza bastante fuerte, ya que su primer episodio resulta una forma inteligente y rompedora de filtrar espectadores. El que no quiera quedarse que se vaya. El que decida viajar con las protagonistas no se arrepentirá. A partir de ahí, no queda más que dejarse llevar por un puñado de seres humanos que eligen divertirse como a más de uno le gustaría.
Todas preciosas con sus cabezas rapadas, este es uno de esos grupos de amigas donde la confianza ya ha alcanzado un nivel superior pese a ser tan distintas la una de la otra. Todas comparten los mismos pensamientos con la mirada y cuentan con sus propias bromas, palabras y rituales que repiten sin cansarse. Pertenecen a esa generación de mediados de los 80 que todavía se debate entre lo tradicional y lo moderno. Ninguna es perfecta, ni siquiera las diferentes relaciones entre ellas lo son. ¿Por qué deberían serlo? Lo importante es que la amistad y la sororidad prevalezca. Al fin y al cabo, representan a una sociedad que tiende a refugiarse en lo superficial para evitar enfrentarse a sus problemas internos.
Es aquí donde Sánchez Arévalo vuelve a hacer gala de una increíble capacidad para construir y plasmar personajes y relaciones reales. Tan verdadero que resulta complicado no sentirse identificado hasta la médula con alguna de nuestras protagonistas, o puede que con ninguna, pero sí con cualquiera de sus vivencias, traumas o inquietudes. Y que encima haya sido capaz de adentrarse con tanta profundidad en terrenos femeninos modernos y salir tan bien parado es realmente sorprendente, aunque es cierto que no escapa de algún que otro pequeño estereotipo.
Sánchez Arévalo ha escrito una serie difícil de clasificar con exactitud. En muchos momentos prima una comedia que fluctúa entre el humor situacional y los chascarrillos, pero de vez en cuando el drama asoma su dura cabeza para recordarnos que no todo en la vida son risas y fiestas. No obstante, la ficción no se siente especialmente anclada en ninguno de los dos extremos. Es más, los tres primeros episodios son muy gamberros y divertidos mientras que, los restantes, resultan algo más serios, introspectivos y románticos en distintos sentidos de la palabra. Y los seis consiguen funcionar a su manera, pese a que alguno está un poco más estirado de lo necesario.

Una de las decisiones más interesantes es que el cáncer, ese elemento dramático que cualquiera explotaría hasta la extenuación como recurso narrativo facilón, aquí resulta que es lo menos importante. Es tan solo una excusa para colocar a nuestras protagonistas en situaciones y conflictos cuya resolución a veces es bastante imperfecta, incluso injusta o un tanto hipócrita. Vamos, nada que no se vea hasta en el mejor grupo de amigos del mundo. De hecho, todos en algún momento dejamos pasar algo o nos ponemos de lado de nuestro amigo sabiendo que no obra del todo bien. Y ya sabemos que la complicidad puede crear camaradas, enemigos o simplemente víctimas.
Sánchez Arévalo también exterioriza algunos de los momentos más introspectivos de los personajes. Es un recurso cuya ejecución puede resultar algo confusa en ocasiones -recuerda un poco a ‘The Girl From Plainville’ en este aspecto-, pero a su vez facilita ese pacto entre espectador y ficción que hace que Sara, Alma, Carol, Leo y Olga provoquen un impacto especial en nosotros. Eso sí, quizá llegue a abusar de ello hasta el punto de que uno no sabe si alguna está al borde de la locura. No obstante, precisamente es esa disección de la psique de las protagonistas la que las hace encantadoras a su manera.
Además de varias participaciones especiales brillantes, la serie cuenta con algunas de las mejores interpretaciones del año en lo que a ficciones nacionales se refiere. Es una delicia ver cómo Itsaso Arana, Mariona Terés, Godeliv Van den Brandt, Mónica Miranda y María Rodríguez rezuman química por los cuatro costados y brillan entre situaciones rocambolescas o dramáticas, así como entre conversaciones que van desde lo existencialista hasta las ganas de hacer caca. Todo coronado por una música que, aunque puede pecar de ser demasiado evidente y literal, funciona como un personaje más.
‘Las de la última fila’ es ante todo una serie valiente, de esas a la que no le importa en absoluto lo que los espectadores puedan pensar de ella, tal y como los propios personajes en algún punto de la misma. El humor funciona, sus momentos dramáticos saben emocionar sin excesiva trampa y, sobre todo, tiene el potencial para meterse en el bolsillo a toda una generación. Y aunque cuenta con un buen puñado de situaciones hilarantes, su mejor nivel lo ofrece en la intimidad de las protagonistas como grupo de amigas. Es un canto no solo a la amistad, sino a nuestra capacidad de perdernos en las dificultades de la vida, de reencontrarnos de las formas más inesperadas y de recordar a los demás quiénes son, porque todos lo merecemos.
Ver ahora
Recuerda que puedes seguirnos en Facebook, Twitter o Instagram.