Una montaña rusa de grandes aciertos y otros tantos errores que no es
recomendable para todo el mundo.
Han pasado dos años desde que Lisey Landon (Julianne
Moore) ha perdido a su marido, el famoso novelista Scott Landon (Clive Owen). Cuando menos lo esperaba, una sucesión de hechos
inquietantes hace que Lisey empiece a recordar episodios de su matrimonio con
Scott que había suprimido deliberadamente de su mente. Por si fuera
poco, un fanático del escritor
amenaza con aprovecharse de todo su legado.
Apple TV+ comienza su ajetreado mes de junio con esta
miniserie dirigida por Pablo Larraín (Ema) y basada en la novela homónima
de Stephen King, uno de sus trabajos más personales y emocionantes. Para
más aliciente,
el mismísimo King adapta su propia obra y se encarga de todos los guiones de
la ficción. ¿Qué podía salir mal? Pues, la mayoría de veces nos quejamos de que muchas
adaptaciones no suelen ser satisfactorias, bien porque no logra captar la
esencia del material original o bien porque quiere distanciarse demasiado del
mismo. Sin embargo, en esta ocasión los libretos resultan tan meticulosos que
deja buena constancia de un aspecto fundamental:
lo que funciona tan bien en papel no siempre obtiene el mismo resultado en la
pantalla. Hay que lograr un equilibrio entre formatos y esta es quizá
una de las novelas de King más arriesgadas y difíciles de adaptar.
Interpretada por Julianne Moore (La mujer en la ventana), que
realiza un gran trabajo incluso en las situaciones más incómodas en
las que la dirección de Larraín pende de un fino hilo, nuestra protagonista
Lisey se ve envuelta de repente en
una carrera por sobrevivir y por preservar el incalculable legado de su
marido. A lo largo de la serie, muchas veces vemos como ella camina, o permanece
sentada, mientras recuerda acontecimientos del pasado,
algo que no termina de funcionar tan bien como en la novela. No obstante,
el personaje de Moore es tan solo
un recurso para que poco a poco conozcamos la odisea de Scott. Un
vehículo que nos ayuda a viajar por cada rincón de su turbulenta vida
a la vez que debe enfrentarse a las dificultades de la pérdida. Porque
absolutamente todo gira alrededor de él, incluso la propia historia de
Lisey.
De esta forma, cuando no hace uso de su misteriosa presencia, Clive Owen (American Crime Story) se dedica a narrar la vida de Scott -en la que
por si fuera poco entra un irreconocible y contundente Michael Pitt a lo suyo- en una experiencia más frustrante que satisfactoria. Por otro lado, además de los peligros casi oníricos que nos ofrece la
serie, y de los cuales es mejor no hablar aquí, Lisey debe lidiar con un
villano más tangible en la piel de un algo sobreactuado Dane DeHaan
(ZeroZeroZero), que interpreta con demasiada vehemencia a
un psicópata fanático de Scott que personifica las peores pesadillas de
cualquier artista. Una amenaza que
se siente superficial en una historia con tanta profundidad como esta.
La ficción también nos regala el regreso triunfal de Joan Allen (El
secreto de Adam) y una desaprovechada Jennifer Jason Leigh
(Atípico), cuyo personaje exigía algo más de utilidad.
‘La historia de Lisey’ cuenta con momentos realmente memorables que
alternan entre lo inquietante, lo fantástico y lo romántico. Sin
embargo, es una ficción que resulta
algo densa y muy difícil de digerir en ocasiones. No solo por sus
altibajos de ritmo, sino por
un guion demasiado centrado en contar y volver a contar si es
necesario. Que estira el chicle de manera innecesaria. A veces, la narrativa se va
tan por las ramas que el director se ve obligado a recordarnos,
mediante algunas sutilezas visuales, si estamos sumidos en los recuerdos de
la protagonista o por el contrario nos encontramos en el presente. Sí que es
interesante como King y Larraín, a través de elementos sobrenaturales e
imágenes surrealistas, diseccionan y exteriorizan tanto la mente como el modus operandi de un
escritor. Pero normalmente lo hacen de una forma muy ambigua y confusa. Eso sí, visualmente es espectacular, a pesar de que la puesta en escena chirría en contadas situaciones.
Al igual que en la novela, tenemos un puñado de vocablos inventados por el propio autor que la pareja utiliza constantemente. Además de Boo’ya Moon, el nombre de un mundo perdido entre la realidad y la imaginación -escapa
a toda lógica- que visitamos a lo largo de la serie, nos encontramos con
conceptos como dáliva, el mal rollo, babyluv y muchos otros. Una curiosa particularidad con
la que el guionista logra hacernos cómplices de la dinámica entre Lisey y
Scott. El problema es que aquí, seguramente por exigencia de la producción
ejecutiva al tratarse de un producto de King, la miniserie está
más interesada en inquietar y en explotar sus elementos sobrenaturales que en mostrar toda esa profundidad emocional característica de la
obra. Al final, nos queda
una montaña rusa de grandes aciertos y otros tantos errores que no
es recomendable para todos. Los espectadores exigentes la disfrutarán más.
Puntuación: 6,5/10
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