Sinopsis
‘La ciudad es nuestra’ relata el auge y la caída de la Fuerza Especial de Rastreo de Armas del Departamento de Policía de Baltimore y la corrupción y el colapso moral que sufrieron en una ciudad estadounidense en la que las políticas de prohibición de las drogas y los arrestos masivos se defendieron a expensas del trabajo policial real.
Crítica de La ciudad es nuestra
«Olvida todo lo que aprendiste en la academia. Esto es Baltimore». Parece una frase cliché de cualquier blockbuster de acción, pero en esta ocasión la dice un personaje tan real como la vida misma. El señor en cuestión es Wayne Jenkins (Jon Bernthal), expolicía de la ciudad acusado de tantos delitos placa y pistola en mano que resulta terrorífico y desolador. Él, pese a vernos al lado de muchos otros personajes a lo largo de la ficción, es el principal eje de la nueva y sensacional miniserie que llega en unos días a HBO Max.
Dirigida por Reinaldo Marcus Green (El método Williams) y creada por los maestros David Simon (La conjura contra América) y George Pelecanos (The Deuce (Las crónicas de Times Square)), la producción a su vez está basada en el revelador libro de Justin Fenton, quien ofreció un extraordinario examen de la repugnante corrupción sistémica que reinaba en Baltimore y cuyo cuerpo policial se erigía como el máximo baluarte del abuso de poder. Este es un caso que toca mucho más de cerca a los estadounidenses que a nosotros, pero sus temas no dejan de ser universales y aplicables a cualquier lugar del mundo.
Situada entre los años 2000 y 2017, la miniserie primero se toma su tiempo antes de introducirnos en toda la acción policíaca, presentando a los personajes y asentando su estilo personal. Tras esto, como si nosotros mismos fuésemos parte activa de la investigación, asistimos a una batería de pequeñas historias no lineales contadas a través de interrogatorios o testimonios de los implicados. Es entonces cuando toda su verdad nos golpea en la cara, y lo hace de forma más dolorosa e insistente en cada episodio que pasa.
Es una estructura narrativa a la cual, si bien no resulta confusa, al principio cuesta acostumbrarse. Es normal, pues cuando de propuestas policíacas se trata, uno pone el piloto automático y espera encontrarse con un drama lineal de estos que van desde el punto A al B y, si es necesario, aderezado con algún que otro flashback. No obstante, aquí no es el caso, porque lo que hacen Simon y Pelecanos es animarnos a que no veamos su creación como una miniserie donde la trama lleva todo el peso, sino como una colección de eventos en la que una y otra vez nos machacan ensimismados con el mismo mensaje: la corrupción es real y no parece existir solución posible. Tienen razón.
Asimismo, en un año de máximo éxito personal, aquí Marcus Green se termina de consagrar como un cineasta interesantísimo. El director, demostrando su dominio de ambos formatos, narra la historia con un estilo visual que fluctúa entre el drama marca de la casa y la ficción documental. Además, al ser un entramado complejo de eventos aleatorios, desde la sala de montaje imprimen personalidad al conjunto y nos recuerdan las distintas fechas a través de inteligentes transiciones que muestran informes policiales o imágenes de circuito cerrado.
En esta serie de abundantes y desoladores detenciones forzadas, pruebas trampa, robos de alijos en medio de redadas y violencia desmedida e injustificable, sin duda resulta asqueroso ver cómo estos policías que se aprovechan de su posición para hacer lo que les da la gana, se protegen los unos a los otros de una manera tan ciega. Ya no solo por el hecho de que sus repulsivas acciones no eran castigadas como deberían sino porque, para mayor colmo, estas llegaban a ser recompensadas con beneficios y ascensos. Una pequeña charla, una palmadita en la espalda y para casa con más dinero que ayer.
Como viene siendo habitual en los trabajos de Simon y Pelecanos, aquí también nos encontramos con una buena cantidad de personajes bien construidos, y aunque no hay espacio suficiente para profundizar en exceso en cada uno de ellos, todos tienen algo fundamental que aportar a la historia. Además de Jenkins, entre los integrantes de este cuerpo de policía destacan Daniel Hersl (Josh Charles), un matón engreído que aprovechaba cualquier ocasión para hacer uso de la violencia; y Sean M. Suiter (Jamie Hector), un trágico investigador de homicidios que trabajó durante un breve periodo de tiempo con Jenkins.
En el lado de la justicia -o al menos de la verdadera- resaltan las figuras femeninas de Nicole Steele (Wunmi Mosaku), una abogada de la División de Derechos Civiles que además de investigar el caso debe enfrentarse a la inminente amenaza ‘trumpista’; y Erika Jensen (Dagmara Domińczyk), una agente del FBI quien, junto a su compañero John Sieracki (Don Harvey), se encarga de intervenir las comunicaciones e interrogar a los implicados. Este es un plantel de personajes que funciona a la perfección gracias al enorme trabajo del reparto. Desde Bernthal -su mejor papel desde Frank Castle- hasta Jensen, todos y cada uno de ellos se encuentran a un nivel magnífico.
‘La ciudad es nuestra’ podría ser perfectamente una extensión espiritual de ‘The Wire’, la magistral ficción de los propios Simon y Pelecanos, porque desde luego no escapa a algunas comparaciones justificadas con la misma. Pero similitudes aparte, esta es una miniserie sólida, rocosa incluso, la cual se encuentra hilada a la perfección dentro de su aleatoriedad. Es verdad que es una historia que podría haberse comprimido en una excelente película de tres horas. De hecho, quizá su mayores defectos sean la larga duración de sus seis episodios y un ritmo más preocupado en ilustrar las inquietudes de su guion que en entretener, lo que provoca que en contadas ocasiones pueda resultar una experiencia algo densa y repetitiva.
Sin embargo, en su inmensa mayoría es una producción realmente impactante y bien documentada que nos muestra sin piedad la corrupción y lo ridícula que puede llegar a ser la justicia ante este tipo de casos. Desde el inicio hasta las consecuencias, la miniserie escarba en el proceso de una forma espectacular, rabiosa y en la que no hay lugar para la falsa positividad. Al fin y al cabo, lo más doloroso es darse cuenta de que esta basura sigue existiendo y que el problema, después de tanto esfuerzo por parte de aquellos pocos que todavía creen en la justicia, en vez de arreglarse no ha hecho más que empeorar.
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