Sinopsis
Lola es zurda. Su hijo Lorenzo también. Tenemos la manía de decir que nuestros hijos tienen que parecerse a alguien. Como si quisiéramos negar el descomunal acto de libertad que es nacer. Impidiéndoles que rompan el cordón. ¿A quién se parece el hijo zurdo que pega a los hijos de otras madres?
Crítica de El hijo zurdo
Con la serie que llega este jueves, Movistar Plus+ arriesga ofreciendo una propuesta que se aleja de lo que estamos acostumbrados a ver en sus originales. Una ficción que no está hecha para entretenernos, sino para golpearnos. Por ello, en estilo y en tono, la producción inspirada en la novela homónima de Rosario Izquierdo estaría más cerca de un trabajo made in Filmin que de uno de Movistar. Creada y escrita por Rafael Cobos, quien también debuta en la dirección junto a Paco Baños, la serie nos habla acerca de las diferentes formas de afrontar un problema con nosotros mismos, pero sobre todo con nuestros hijos.
Al igual que nunca se conoce del todo a una persona, también es una realidad que resulta muy complicado conocer del todo a nuestros hijos. Uno no suele pensar que su hijo es un monstruo hasta que lo ve con sus propios ojos, pero aún así es imposible no tomar el camino de la comprensión antes del rechazo, o no al menos del repudio total. Buscamos mil explicaciones y, cuando no las encontramos, las inventamos en forma de excusas. Incluso llega un momento en el que pensamos: es lo que me ha tocado y debo aceptarlo, lidiar con ello y rendirme a su ego, porque lo normal no existe. Lo odio, pero lo amo todavía más.

Es por ello que, a medida que vemos la serie, resulta muy fácil pensar que Lorenzo es un patético abusón neonazi del tres al cuarto, de esos que se hacen la víctima para justificar sus acciones. Lo es, claro, una cosa no quita la otra. Sin embargo, el hijo de Lola vive en este errático camino en su búsqueda de la identidad porque es la viva imagen de su madre. Ambos son realmente frágiles, están igual de perdidos y, por supuesto, son zurdos. Así que, ¿cómo pueden ayudarse mutuamente madre e hijo cuando se encuentran en el mismo nivel de desorientación? Lo más normal es que choquen como dos titanes furiosos mientras se odian con todo el amor del mundo.
Y de eso va la serie, de una encarnizada aunque honesta lucha entre madre e hijo mientras buscan la salida de un laberinto de espejos en el cual, de forma inconsciente, ambos se ven continuamente reflejados en la imagen del otro. Lola no lo acepta tal y como es, pero quiere entenderle, ayudarle y recuperarle. Sin embargo ni siquiera está preparada para entenderse, ayudarse y recuperarse a sí misma entre copa y copa. En su camino conoce a Maru, quien también tiene un hijo igual de problemático, pero ella es más optimista y encara sus problemas de una manera muy diferente.
Todo esto ocurre mientras la Sevilla de clase alta y de la importancia del favor político y el fervor religioso se fusiona con la que no aparecen en las postales: la de los quinquis, los bares cutres, las barriadas sucias y los polígonos industriales. Una urbe tan perfecta e imperfecta como cualquier otra, pero que sin embargo representa un papel fundamental a la hora de reflejar todas esas contradicciones que caracterizan a los protagonistas. Paradojas que en la serie, por cierto, también se pueden apreciar en sus ruidosos silencios, sus relaciones de aspecto y en una banda sonora la cual, aunque muy contemporánea, quizá se siente demasiado disruptiva en algunos pasajes.

Pero la serie camina por la cuerda de la disrupción durante todo el metraje. Otro ejemplo demoledor de ello es ese ambiente opresivo y agobiante que se siente cuando Lola, aunque sufriendo en todo momento, no hace otra cosa que intentar mejorar y recuperar a su hijo haciendo el bien. Sin embargo los colores, e incluso un cierto coqueteo con la comedia, aparecen en esos momentos en los que Rodrigo vive una ambiciosa vida sin contar con su familia y evitando por todos los medios cumplir su responsabilidad como padre de Lorenzo.
Es aquí, en esos momentos en los que Cobos y Baños dan rienda suelta a su juego de espejos y contradicciones, cuando ‘El hijo zurdo’ resulta un fascinante, demoledor y catártico thriller dramático en el que María León y Hugo Welzel se elevan y se opacan el uno al otro. Al fin y al cabo, la serie avanza gracias a los demonios interiores de sus personajes y no a lo que ocurre a su alrededor, lo que deja espacio para lucirse en el ámbito interpretativo. Y si bien no está hecha para entretener, tampoco lo está para aburrir ni empalagar, ya que la ficción marcha a un ritmo endiablado durante seis episodios tan cortos que apenas superan los 20 minutos.
Es más, tras su final se queda cierta sensación de haber presenciado un cortometraje más largo de lo normal. Puede que sea por la falta de una trama propiamente dicha y porque no da tiempo para aportar más profundidad a aquello que rodea los personajes. Es todo eso que se pierde durante la traducción novela-serie y que, en esta ocasión, habría ayudado a entender mucho mejor algunos de los contextos políticos y sociales por los que se mueve la historia. Sin embargo, tanto Lola como Lorenzo generan una serie de conflictos que en sí mismos son capaces de construir una ficción sólida, pero que quizá apela en exceso a la empatía y la emoción del espectador. Ahora tendrá que encontrar a su público.
‘El hijo zurdo’ se estrena el 27 de abril en Movistar Plus+.
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