La última temporada de la serie alemana de viajes en el tiempo nos regala un
desenlace emocionante y satisfactorio.
Después de llegar a un nuevo mundo, Jonas (Louis Hofmann) intenta
asimilar qué significa para su futuro esta versión de Winden. Los que se han
quedado en el otro mundo deben hallar la forma de romper el ciclo que ahora no
solo pliega el tiempo, sino también el espacio. Dos mundos. Luz y oscuridad. Y,
en el centro de todo, una trágica historia de amor de dimensiones épicas.
La exitosa serie alemana creada por Baran bo Odar y Jantje Friese
(Who Am I: Ningún sistema es seguro), llega a su fin con esta tercera
temporada que promete
un glorioso cierre a esta odisea de viajes en el tiempo y el espacio. Una
premisa que, si bien no resulta novedosa -recordemos la espectacular adaptación
televisiva de ’12 monos’-,
el estilo con el que sus creadores abordan el tema, unido a la
gran calidad de la producción, son algunos de los motivos clave de su
triunfo global.
Un épico entramado que ha llegado al corazón del
espectador gracias a su
extenso plantel de personajes realistas rodeados de
problemas cotidianos. Sin embargo, en medio de sus ordinarias
vidas, se ven
forzados a intenta frenar al mismísimo Apocalipsis en distintos momentos
del tiempo. Así, los habitantes del pequeño pueblo de Winden
vuelven a sufrir por amor, a sobrellevar la pérdida, a
satisfacer sus deseos y a enfrentarse a sus propios demonios.
Debido a las repercusiones tras la escena final de la segunda temporada, esta tercera tanda de episodios
añade una nueva capa de complejidad al puzzle y aumenta todavía más el
ya extenso número de relaciones existente entre los personajes. Además,
la decisión de sus creadores de ofrecer al espectador
una narración explicativa en todo momento funciona de manera
sorprendente y logra encontrar un equilibrio óptimo en un mantra tan
sensible como es el de «muestra, no cuentes». Aunque, como
advertencia, este nuevo nivel de dificultad podría exasperar del todo al
espectador más despistado.
En su final, la ficción
amplía el uso de metáforas religiosas y conceptos científicos que
forman una combinación clave para entender el porqué de los
acontecimientos. Además, no renuncia en ningún momento a su fórmula y
nos vuelve a ofrecer
todas las dosis de misterio y giros inesperados que la caracterizan. Un
acierto de estilo que eleva la calidad de la serie mediante
uno de los mejores trabajos de casting que se han visto en televisión,
una sombría fotografía y un montaje lleno de transiciones y efectos sonoros inquietantes.
La última temporada de ‘Dark’ nos regala un desenlace
emocionante, desgarrador y satisfactorio. Aunque, por el
camino se han quedado varias respuestas a algunos asuntos insustanciales
para la trama, sí que
consigue encajar todas las piezas y explicar todas las cuestiones de
relevancia
con un alarde insólito de detallismo obsesivo. Además, cuenta con
ciertos momentos realmente memorables e imágenes potencialmente
icónicas que aumentan su valor como propuesta de ciencia ficción. Un
mastodonte narrativo que nunca olvidaremos y que
se ha ganado un merecido lugar en el olimpo de las series.
Puntuación: 9/10
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