Aunque está llena de buena música y sinceras interpretaciones, la cinta
termina convirtiéndose en un melodrama predecible.
Unos ejecutivos discográficos viajan a Port Isaac, un pequeño pueblo pesquero de
Cornualles en el que
conocen a un grupo de pescadores que canta melodías marineras. Como
apuesta, uno de los ejecutivos ha de quedarse en la localidad para intentar
convencer a los pescadores de que firmen un contrato discográfico…
aunque todo es una broma del jefe.
¿Quién iba a pensar alguna vez que un álbum grabado por un puñado de pescadores
de Cornualles se colocaría en el top 10 británico? En un mundo gobernado
por música prefabricada de alma cuestionable, las clásicas
salomas -cantos marineros para aumentar el nivel de unidad y
productividad-
sacudieron la industria musical del Reino Unido allá por el año 2010.
Así, llega a Movistar+ esta película biográfica dirigida por
Chris Foggin que nos narra una proeza real llena de canciones a
cappella y, la cual, se toma varias licencias dramáticas un tanto tramposillas. A su vez, el guion de Piers Ashworth, Meg Leonard y
Nick Moorcroft también insiste en hablarnos sobre el sentido de la
comunidad, el respeto por las tradiciones o
esa batalla elitista constante entre pueblos y ciudades.
Más que centrarse en la historia de la banda y sus integrantes, la cinta
gira alrededor de Danny (Daniel Mays), un manager discográfico que
que poco a poco va quedando embriagado por los encantos de las armonías,
los parajes y la gente de Port Isaac. En especial de Alwyn (Tuppence
Middleton), la hija de uno de los componentes. Entre los miembros del
grupo encontramos caras tan conocidas como la de
James Purefoy (Pennyworth), David Hayman (El nido) o Dave Johns (Yo, Daniel Blake). El reparto en general hace gala de
unas interpretaciones llenas de naturalidad, convirtiéndose así en la
mejor virtud del filme, con permiso de su música. Incluso los Fisherman’s
Friends reales cuentan con
alguna breve aparición como varios personajes ficticios.
‘Fisherman’s Friends (Música a bordo)’ destaca por sus melodías y
el buen trabajo de un reparto que
aporta toda la sinceridad que le falta al libreto. Su primera mitad es encantadora, pues está llena de agradables momentos ‘feel-good’ que tienen el
potencial de hacernos sonreír y cantar al unísono. De hecho, Foggin
demuestra que sabe sacar partido de estas secuencias introduciendo
algunas pinceladas de comedia entre estrofas, aunque estas sean forzando
el cliché del ‘hombre de ciudad en el pueblo’. Pero, de repente,
el grupo parece dejar de tener importancia. Es partir de ahí cuando la
cinta tira todo su progreso por la borda, para limitarse a narrarnos una historia básica y predecible en la que abusa del melodrama sin ninguna
necesidad. Al final, la inofensiva intención de abrazarnos cálidamente con sus canciones
funcionará mejor con unos que con otros.
Puntuación: 6/10
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