Entretenida y previsible de principio a fin, la serie es un producto tan disfrutable como olvidable.
La serie sigue a James Reece (Chris Pratt) después de que
todo su pelotón de la marina sea emboscado en una operación de alto riesgo. Reece regresa a casa con su familia con recuerdos contradictorios y preguntas sobre su culpabilidad. Sin embargo, a medida que salen a la luz nuevas pruebas, Reece descubre fuerzas oscuras que trabajan en su contra, poniendo en peligro no solo su vida, sino también la vida de sus seres queridos.
Tras 'Jack Ryan' y
'Reacher', este viernes Prime Video quiere dejar clara
su apuesta por Tom Clancy y sus imitadores con este nuevo thriller de
acción. Basada en la novela homónima de Jack Carr, la ficción creada
por David DiGilio (Traveler) nos cuenta la típica historia del marine
traicionado que lo pierde todo y decide vengarse, esa que hemos visto cientos
y cientos de veces en películas de gran presupuesto y de serie B, pero
con una insuficiente vuelta de tuerca. Un ligero juego mental de
conspiración, paranoia y estrés postraumático en el que
los recuerdos no siempre son lo que parecen... ¿O sí?
Lo primero que llama la atención de su reutilizada premisa es que ocho horas se antojan demasiadas para un material con tan poca sustancia. Al final, esto provoca que sea una de esas series que más bien funcionan como películas larguísimas con una estrella de Hollywood a la cabeza. En esta ocasión, la ficción
protagonizada por Chris Pratt se encuentra plagada de 'villanos'
inútiles que van cayendo uno tras otro, siendo tachados de una lista al más puro estilo 'Kill Bill' por James Reece, un hermano perdido de Jack Ryan,
Jack Reacher, Frank Castle y Jason Bourne. Es más,
ya en el quinto episodio han caído tantos que uno se pregunta si todavía queda
suficiente historia como para rellenar otros 180 minutos. La hay, pero se encuentra estirada hasta su límite.
Para aspirar a ser una propuesta que pueda presumir de aportar cierta frescura
al género, la serie intenta trasladarnos constantemente esa sensación de
confusión y paranoia de Reece, a la vez que hace a sus personajes dudar de su
veracidad, pero es un intento demasiado superficial y no genera ninguna clase de sorpresa o
giro interesante. En este sentido, ojalá DiGilio y compañía fueran
más ambiguos a la hora de retratar el estado mental de nuestro
protagonista. No obstante, prefieren dejar claro que
ser compleja y valiente no es el objetivo de esta ficción, suprimiendo
así más pronto de lo necesario cualquier tipo de exigencia al espectador.
En cuanto a Pratt, aquí lo vemos un poco más exigido en lo emocional que de costumbre, pero el actor continúa resultando mucho más convincente cuando hace uso de su
carisma, no interpretando a una helada máquina de matar como esta. Su Reece, pese
a sus motivaciones y el estado de su salud mental,
no deja de ser un terrorista egoísta y sin escrúpulos. Tampoco le
ayuda nada que ninguno de sus amigos le plantee alguna clase de conflicto moral acerca
de sus actos. De hecho, solo les faltaría decir: «Adelante machote, mátalos a todos que
no pasa nada». Y esto es algo que se acaba expandiendo sin ningún sentido hacia otros personajes, como si fuese una empatía totalmente forzada.
De hecho, si tenemos la impresión de que aquí hay buenos muy buenos y malos muy malos, sin ninguna pizca de gris en medio -personajes cada cual menos
importante, por cierto-, es porque el guion juega al despiste.
Es como si los guionistas, por pura pereza e incompetencia, quisieran
quitarse toda responsabilidad de encima a la hora de indagar en los
conflictos morales de la historia, para así obligarnos a nosotros a decidir qué está bien y qué está mal. No obstante, al final no pueden evitar hacer uso de esos subrayados que indican cuál debería ser a nuestros ojos el bando
correcto. Están ahí, a la vista, remarcando también la falta de sutileza del conjunto.
Esta falta de sutileza también es notable en su subtrama política,
una clara denuncia dedicada al pobre trato del gobierno a sus soldados de
elite,
quienes arriesgan sus vidas en misiones secretas y de objetivos cuestionables
a cambio de migajas. Tampoco duda a la hora de
simplificarse más episodio tras episodio y de malgastar a un reparto
secundario de lujo. Unos estereotipos andantes interpretados por la siempre solvente
Constance Wu, un Taylor Kitsch que merece más o un
JD Pardo que parece un pegote en el guion. Y la lista continúa, con
nombres como LaMonica Garrett, Riley Keough,
Jai Courtney o Sean Gunn, entre muchos otros, en papeles tan
cliché que hasta resulta insultante.
Desde el primer segundo hasta el último, cada acontecimiento en
'La lista final'
se desarrolla de una forma absolutamente previsible. Eso sí,
como entretenimiento puro la serie funciona a la perfección, todo hay
que decirlo. Sus episodios, a excepción de algunos,
están llenos de acción, violencia e intriga, tanto que seguramente
encantará a aquellos aficionados a las conspiraciones militares, en especial a
esos padres que nunca se cansan de ver más de lo mismo de siempre una y
otra vez. Puede parecer que estoy cayendo en estereotipos, pero no vamos a negar que
la mayoría de la audiencia de este tipo de propuestas es la que es.
Y no hay nada de malo en ello, en absoluto.
Lo que sí es una pena es que, debido a la exigencia de productos de fácil
digestión, los guionistas
hayan decidido eliminar todos los temas candentes de la historia casi por
completo. Sus problemas reales, tales como
la situación de los veteranos en el país, quienes deben conformarse con
ayudas o trabajos para los que están sobrecualificados, así como
la corrupción que infecta desde la propia milicia hasta la cúpula del
gobierno, pasando por
las grandes corporaciones que nos miran desde sus rascacielos como si
fuésemos hormigas
a las que pisotear a su antojo,
son mencionados como parte importante de la trama pero nunca se profundiza
en ellos. Lo único que importa son la sangre y las balas.
Esto no sería un problema tan grave
si no fuese porque la serie se cree más profunda de lo que es. De
hecho, hay una gran diferencia entre demostrar ambición a través de un guion
relevante y pensar que tener ambición significa lucir aspecto de blockbuster,
maquillando el resultado con un fondo narrativo maltratado.
Es una tendencia que lleva siguiendo Prime Video desde hace ya algún
tiempo, y puede que esto le asegure un éxito inmediato,
pero también muy fugaz. Sí, la ficción está rodada como las mayores
producciones de Hollywood y
resulta complicado darse cuenta de que estamos viendo pura televisión.
Sin embargo, la sensación es de
producto tan disfrutable como olvidable. Demasiado dinero y muy pocas
nueces.
Ver ahora en: