Aunque es una eficaz propuesta televisiva con aroma clásico, la serie también es un extraño mejunje que aúna thriller, drama y humor flatulento.
Esta es la historia de un equipo de agentes del servicio de inteligencia
británico que, por cometer errores que acabaron con sus carreras,
terminan trabajando en una sede abandonada del MI5 llamada Slough
House. Bajo el mando del infame Jackson Lamb (Gary Oldman), un
líder tan genial como irascible, se adentran en los artificios del mundo del
espionaje para defender a Inglaterra de fuerzas siniestras.
Este viernes llega a Apple TV+ un
thriller de espías de estructura clásica, pero cuyos héroes
desempeñan su labor bajo unas circunstancias no tan tradicionales.
Basada en la exitosa saga de novelas homónima de Mike Herron, el mundo
del espionaje británico que retrata la serie nada tiene que ver con el glamour
de 'James Bond' o 'El topo'. Aquí, los escenarios exóticos,
las casas de lujo, los cócteles mezclados y los fuegos artificiales son
sustituidos por feas callejuelas londinenses, pisos francos que se caen a
pedazos, cafés que dan retortijones y apestosas bolsas de basura que contienen
pruebas potenciales. Y no, no es una comedia, aunque con unos cuantos retoques
bien podría serlo. De esta forma, nuestro grupo de protagonistas exiliados por
el MI5 se ven obligados, más por ideales propios que por órdenes directas, a
aceptar una humillación terrible a cambio de salvar a Inglaterra de una
conspiración inesperada para ellos, pero poco sorprendente para el
espectador.
Hay algo que resulta muy hilarante en la situación precaria y de absoluto
abandono de estos héroes caídos en desgracia. Lo digo porque, la sola idea de que unos agentes de inteligencia, con
todas las pruebas que han tenido que superar
para obtener una posición en tal exigente agencia, accedan a seguir
unidos a ella de esta humillante manera, parece más propia de una comedia absurda que de un thriller medianamente
serio. De hecho, como buena producción británica que se precie,
el sarcasmo y el humor negro son lo normal aquí, sobre todo cuando la
escasa dinámica de estas oficinas
a veces la hace parecer un 'The Office' de espías. Son los secretos revelados, los giros inesperados y los villanos
impredecibles
aquellos elementos que construyen el lado más tenso y dramático a la
serie. Es más, si nuestros protagonistas están ahí, no es tan solo por su presunta incompetencia, sino porque, a la hora de la verdad, parecen tener unos valores y unas formas de actuar distintas
-¿mejores?- al resto, aunque
eso tampoco significa que todos ellos sean trigo limpio.
A pesar de que la serie inicia con el fiasco de River Cartwright (Jack
Lowden), un apuesto joven que lo tiene todo para triunfar en la agencia, y su
posterior exilio a Slaugh House, en realidad
no es el absoluto protagonista de nuestra historia. Aunque no lo
parezca, ese honor recae en el Jackson Lamb del incombustible
y siempre brillante Gary Oldman (El otro guardaespaldas 2),
un personaje desagradable pero extrañamente simpático que va ganando en
matices a medida que avanzan los episodios. Eso sí, la ficción todavía tiene que justificar el exceso de foco que pone en Lamb en
detrimento del resto, los cuales a priori
resultan unos individuos más interesantes y cercanos. En su actitud
odiosa y flatulenta, el jefe de estos inadaptados es mucho -o al menos lo fue-
mejor agente de lo que puede parecer y, pese a todo, su chisposa relación con
la Taverner de una cómoda Kristin Scott Thomas (Rebeca)
resulta de lo más atractivo. Sin embargo, es una pena que grandes
intérpretes como Olivia Cooke (La casa del dragón), Rosalind Eleazar
(Deep Water) o Jonathan Pryce (The Crown)
se encuentren tan desaprovechados aquí.
Sin duda es muy extraño cómo 'Slow Horses' tiene la capacidad de ser
una muy buena propuesta televisiva con aroma clásico, a la vez que
un raro y fresco mejunje que aúna thriller, drama y un humor en el que no
faltan chistes de pedos. Asimismo, su trama resuena y resulta de rabiosa actualidad.
Entre huidas, secretos y conspiraciones, la misma gira alrededor de un secuestro que grita Brexit a los cuatro vientos. De hecho, sus perpetradores son un grupo de esos adalides del odio los cuales, por desgracia, cada vez son más abundantes. Con este explosivo cóctel que se cocina a fuego lento y que sabe generar
una tensión constante, ¿qué podía salir mal si encima hay británicos
implicados? Además, la serie se permite descolocarnos con
un inicio engañoso que revela su intención de agitar el género. Aun
así, su guion no puede evitar caer en clichés de todo tipo a la
hora de construir a sus personajes y de proponer algunas situaciones que caen
en lugares comunes.
Sin embargo, si hay algo que deja un sabor realmente agridulce es la falta de desarrollo de sus personajes, así como la oportunidad perdida de poder explorar más a fondo los entresijos de Slough House y su dinámica
interna. De hecho, la serie prefiere jugar rápidamente al típico 'nada es lo que
parece' fuera de sus muros antes que pararse a presentarnos un poco mejor a sus jugadores. Seis episodios son más que suficientes para ello. No obstante, la ficción
también consigue desviarse hacia caminos atrayentes y poco antes explorados. Al fin y al cabo, esta es una visión terrible del espionaje británico, sus intenciones y sus mandatarios. Un sector capitaneado por una agencia carente de cualquier escrúpulo y que lleva eso de 'el fin
justifica los medios' hasta los límites más insospechados -y lo que queda-. No es que sean características desconocidas para
nadie, pero resulta muy interesante cómo la propuesta retrata
ese contraste entre la inmoralidad de la élite y la integridad de los
apestados por la misma. No es perfecta, aunque sí muy eficaz y absorbente.
Puntuación: 7,5/10